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El Foro de Puerto Rico

Monday, 9 de August de 2021 - 10:16 AM

El día que cerré la casa de mis abuelos

Todas las mañanas, cuando voy a la cocina para tomar el café, paso por delante de un reloj suizo de pared hecho a mano que había en la casa de mis abuelos. Este reloj debe tener al menos 80 años, y me transporta inmediatamente a mi infancia cuando visitaba su casa, y hasta hoy, es probablemente el mejor recuerdo vivo de su hogar. Me encantan los sonidos que hace el reloj cada quince minutos a medida que pasa el tiempo, mi favorito es cuando llegaba a la cima de la hora, y se podía escuchar cada golpe que marcaba las horas. Por alguna razón, hoy, el reloj me llevó de vuelta a 1989, cuando mi esposa y yo nos casamos. Tuvimos el privilegio de tener a todos nuestros abuelos sanos y muy presentes durante nuestra boda.  En mi caso particular, como vivía en la casa de mis abuelos maternos hasta que me casé, mi abuelo Tito Casto siempre fue una presencia colosal en mi vida, hasta el punto de que fue la última persona con la que hablé antes de ir a la iglesia, ya que quería asegurarse de que estaba listo y perfectamente vestido. Su presencia en mi vida fue tan significativa que no pasa un día sin que piense en él.

Pasar tiempo con mis abuelos fue un tiempo precioso que ahora podemos saborear con nostalgia. Verás, la Casa de mis abuelos era un lugar muy especial y grande donde todos sus nietos, 18 en total, podían ir en cualquier momento, sobre todo durante el almuerzo y traer amigos, y todos podían comer lo que quisieran.  Era bastante común que tuvieran 20 o más invitados para almorzar la mayoría de los días; amaban a sus nietos y lo demostraban con gusto. 

Además, como yo vivía con ellos, mi entonces novia Sara, mi esposa desde hace 32 años, acordamos cenar con mis abuelos todas las noches para que pudiéramos disfrutar de ellos y hacerles compañía, siempre estaré agradecido de Sara por este gesto.                   

Disfrutamos momentos muy especiales en esa casa de La Alhambra #1, momentos en unión familiar especial, celebrábamos navidades, reyes, cumpleaños, en fin, todo lo que se podía celebrar y ello, además, de todos los famosos almuerzos que tanto les gustaban a mis abuelos.

Todo ese cariño, cuidados y atenciones especiales que mis abuelos le dedicaban a sus nietos siempre fue tiempo bien empleado y nunca olvidado. Era habitual que mi abuelo nos llamara, como lo hizo el último fin de semana que estuvo saludable, para invitarnos a la su casa de la playa en el Hotel Copamarina, que en ese entonces era de su propiedad.         Ese fin de semana en particular, la mayoría de los nietos mayores pasamos un fabuloso último fin de semana con él. Fuimos a navegar, a bañarnos en la playa Ballena, darnos unos buenos traguitos y a compartir durante horas las cenas; poco sabíamos que aquel domingo 30 de septiembre, cuando nos despedimos, sería la última vez que nos reuniríamos de esa manera con el. 

Mi abuelo solía ir a la Clínica Mayo todos los años para su chequeo anual, y acababa de regresar para su chequeo. Se enorgullecía de decirnos que su médico le decía que tenía la salud de un hombre mucho más joven y que sólo algo inesperado podría mermar su salud.  

Lamentablemente, al otro día en su oficina de Empresas Tito Casto, la mañana del 1 de octubre, tuvo un derrame cerebral que le incapacitó el lado izquierdo de su cuerpo. Luchó durante 27 días, pero ver ese roble frondoso lleno de vida incapacitado fue sumamente duro y finalmente Papa Dios se lo llevó el 28 de octubre de 1990.

La mañana del domingo en que murió, mi abuela instruyó que me hiciera cargo de todos los preparativos del funeral, incluido regresar a su Casa para escoger el traje para su funeral.  Yo tenía entonces 26 años y, al día de hoy, es la tarea más difícil desde el punto de vista emocional que he tenido que afrontar en mi vida.  

Cuando volví a la Casa solo, con el corazón roto por la total desesperación, lo primero que me despertó de mi triste estado fue el viejo reloj suizo que anunciaba que era mediodía. Esas doce campanadas del reloj me parecieron una eternidad, pero al mismo tiempo, el reloj se convirtió en un recuerdo instantáneo de mi abuelo. 

Ese fue el último día que pisé la Casa de mis abuelos; ni siquiera mi abuela fue capaz de volver. Esta casa fue mi hogar durante los últimos años de mi juventud, y en mi mente, ese fue el día en que cerré la Casa de mis abuelos.

Sin embargo, el viejo reloj suizo me recuerda cada día que lo veo y parece decir cuando suena que el esta aquí gracias a mi abuelo.

“Mi mas grande legado será que cada uno de mis 18 nietos sean personas de bien, que todos tengan sus títulos profesionales, que emulen el sentido de familia que les transmití atraves de mi amor, que sean buenos ciudadanos, que tengan fe, sobre todo que sepan siempre que fueron mi más grande orgullo, y que estén seguros de que dentro de cada uno de ustedes hay un gran pedazo de mi por vía de todo lo bueno que les enseñé atraves de los años.”

Alberto “Tito” Castro

      23 de junio de 1989 

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